Autor: Xi Pu
Recientemente, el secretario de Defensa de EE. UU. viene haciendo declaraciones sensacionalistas sobre las supuestas «maniobras peligrosas» de barcos y aviones chinos contra EE. UU. y sus aliados, afirmando que «no se acobardará ante la intimidación o la coacción de China». El Departamento de Estado de EE. UU. emitió un aviso de viaje sobre China, alegando que existen prohibiciones de entrada y salida y detenciones injustas.
EE. UU., considerándose como una superpotencia, se muestra como víctima cuando habla de China, como si sufriera el «delirio persecutorio», y vende la «teoría de que China atrampa» de tres formas principales:
La primera es inventar cosas de la nada, como acusar infundadamente a China de establecer «estaciones de policía en el extranjero» para imponer «represiones transnacionales» contra «disidentes» en EE. UU., y exportar «el autoritarismo para sofocar la libertad al estilo estadounidense».
La segunda es confundir lo correcto con lo incorrecto, como afirmar falsamente que China ha fabricado una gran cantidad de «precursores de fentanilo» para emprender una «guerra del opio a la inversa» contra EE. UU.
La tercera es lanzar reproches infundados, como calumniar a los Institutos Confucio de China por infiltrarse en instituciones académicas estadounidenses para realizar la subversión cultural e ideológica.
¿»China atrampa» o «atrampar a China»?
EE. UU. no deja de repetir la retórica de «China atrampa», pero en realidad, no intenta otra cosa sino «atrampar a China».
En primer lugar, la esencia del conflicto China-EE. UU. consiste en que China está tomando medidas contra la contención que le está imponiendo EE. UU. Lo que está haciendo EE. UU. es encubrirla con la narrativa de un «EE. UU. víctima» y una «China victimario». Aunque EE. UU. lo niega categóricamente, ha lanzado una «Nueva Guerra Fría» de facto contra China, y emprendido a nivel global una serie de procederes de asedio, contención y represión contra China, con un enfoque de todo el Gobierno, toda la sociedad y todos los sectores.
En segundo lugar, EE. UU. está erosionando la base popular de las relaciones sino-estadounidenses al demonizar a China en todos los aspectos. La supuesta «teoría de que China atrampa», fabricada a base de la «teoría de la amenaza china», hace énfasis en que la «amenaza china» ya ha pasado de un vaticinio a la realidad, y que apunta directamente a EE. UU. y sus ciudadanos, en detrimento de la seguridad nacional del país.
En tercero lugar, EE. UU. intenta desmantelar, mediante la «teoría de que China atrampa», la justa narrativa sobre el compromiso de China con la revitalización de la nación. A medida que se recorta la brecha de poderío entre China y EE. UU., el último se siente cada vez más inseguro. Por eso, aplica injustificadamente a China el modelo de que «un país poderoso será un país hegemónico», y señala sin fundamento alguno que los objetivos de lucha de China fijados para los dos centenarios constituyen su Plan del Maratón de los Cien Años, cuyo objetivo es sustituir a EE. UU. Y éste ha hecho todo esto para borrar la legitimidad histórica de la gran revitalización de la nación china.
¿»La narrativa es la justicia misma» o «la justicia es la narrativa que triunfará»?
Si repasamos la trayectoria del establecimiento de la hegemonía estadounidense, nos daremos cuenta de que ha sido su truco habitual la confección de las narrativas de «justicia contra malicia» y «víctima-victimario».
A finales del siglo pasado, el presidente estadounidense Ronald Reagan definió a la Unión Soviética (URSS) como un «imperio del mal» y describió la lucha por la supremacía entre EE. UU. y la URSS como una «entre lo correcto y lo erróneo y entre el bien y el mal». De esta forma, formó una enorme presión contra la URSS en la opinión pública y logró así invertir la situación de la Guerra Fría a favor de EE. UU.
A principios de este siglo, la Administración de George W. Bush acusó a países como Irán, Irak, la República Popular Democrática de Corea de ser un «eje del mal que amenaza la paz mundial», lo que sirvió como un pretexto de EE. UU. para enviar tropas e imponer sanciones.
Sin embargo, estará condenada al fracaso la «teoría de que China atrampa» fabricada por EE. UU. Y el supuesto «China atrampa» no es más que una pura mentira. China es el único país del mundo que se compromete a «seguir un camino de desarrollo pacífico» en su Constitución. Desde la fundación de la Nueva China, China nunca ha provocado una guerra, ni invadido un ápice de la tierra ajena. China no sólo quiere dar una vida mejor al pueblo chino, sino también a los pueblos del mundo. La Iniciativa para la Civilización Global (ICG), la Iniciativa para el Desarrollo Global (IDG) y la Iniciativa para la Seguridad Global (ISG) propuestas por China son por el bienestar de los pueblos y la paz de generación en generación. El desarrollo de China supone el robustecimiento de las fuerzas por la paz mundial, y es una oportunidad, en vez de una amenaza para el mundo.
Por el contrario, ha sido EE. UU. el principal victimario del mundo. En la última década, EE. UU. ha multiplicado casi por diez veces el número de blancos de sus sanciones, afectando a casi la mitad de la población mundial. Además, ha efectuado ciberataques contra más de 40 países durante más de una década, batiendo el récord de robar a distancia 97.000 millones de datos mundiales de la Internet y 124.000 millones de registros telefónicos en 30 días. EE. UU., que aparentemente es un país «libre, democrático y defensor de los derechos humanos», no es más que un victimario auto-anestesiado.
Tarde o temprano, el que se hace el dormido se despertará, porque todo el mundo se está despertando, y si aquél no se despierta, se derrumbará.